23/12/09

LA BOLA DE FUEGO



La oscuridad reinaba sin concesiones. La penumbra y las sombras se cernían sobre el imperio de la Luz. En aquel tiempo, el reino de las luminarias, había sufrido un gran apagón debido al secuestro de sus luciérnagas luminiscentes. Aquel extraño suceso perpetrado por los ladrones de luces se había originado en la hora sexta, mientras los dioses contaban los granos de los relojes de arena de la región de las dunas. Los caballeros de las sombras, ladronzuelos usurpadores de energía, se habían propuesto absorber, uno a uno, los generadores de luces provisionales que habían sido colocados tras el fatídico apagón general. (Apagón, que no había contribuido a incrementar la población de pequeños etéreos ya que las féminas sufrían aquejadas de una extraña dolencia cefálica.)


Logan, caballero de la orden de los cruzados etéreos, observaba incrédulo el firmamento en el preciso instante en que una bola de fuego incendiaria lo surcaba dejando su estela. Poco a poco, su haz de luz se hacía más intenso para finalizar sumergida en la laguna acristalada evitando ocasionar emisiones de gas. La laguna, reserva natural en la que habitaban todo tipo de especies protegidas de fauna y flora, era considerada por los etéreos como el jardín de las delicias del reino de la luz. En aquel paraíso original convivían sin estrés, aves, plantas, árboles frutales y animales mitológicos. Aquella bola incandescente, al hundirse, había provocado un volcán de miles de burbujas efervescentes que flotaban como pompas jabonosas caldeando la temperatura del lugar y, dentro de ellas, se desplazaban diminutos duendecillos, hadas y ninfas. Este era un medio de transporte ligero propiciado por el constante aleteo del escuadrón de quimeras descomunales que sobrevolaba el paraje evitando la intromisión de los usurpadores de energía.

Logan, apodado ‘el espía’, había sido designado por el consejo de los desdobladores de mentes para acercarse y comprobar, in situ, el alcance de las emisiones. Logan era un hombre excesivo en sus formas y muy arrogante. Atrincherado con su coraza negra y su casco, intentaba ser más rápido que su sombra que era escueta y evasiva.

- Por fin tendremos agua caliente para uso clandestino- Comentó Logan bajándose de su vehículo a dos ruedas, un omicrón último modelo con alas en su rodamiento que petardeaba cada vez que Logan quería hacerse notar.
- La temperatura del agua ha subido 30º erios y la del aire 20º erios, esto es más que suficiente para evitar el enfriamiento del abismo- Explicó Jason a Logan, uno de los operarios que se encontraba midiendo la oscilación de las aguas termales.
- Los 'hidropasajes' (viajes en pompas de jabón) son lo de menos, lo importante, es que ascienda la temperatura del aire para evitar la congelación.- Indicó la retórica, Polis, al senador Aurio que sostenía una gigantesca lupa en su mano.


Polis, se había convertido en una mujer intrigante, nada complaciente, acostumbrada a tratar con Políticos y Cívicos (partidos ideológicos enfrentados) o lo que es lo mismo, farsantes de diversa procedencia. Ella era una mujer de actitud empecinada y, por ello, disgustaba al senador Aurio, siendo el orador, el único representante electo del grupo de los Políticos. Polis siempre tenía un interrogante a punto de salir de su boca y sus ojos eran dos exclamaciones.


! !

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Aquella noche que había comenzado como cualquier otra sería recordada por los habitantes de la región cerebral como la más desconcertante de cuantas habían vivido. Al tiempo que la luz luchaba con la tiniebla por ocupar su lugar, se produjeron los hechos siniestros. Eran las ocho de la tarde y en el ambiente se podía percibir un cierto olor a cuerno de unicornio quemado. Tal y como acontecía desde la noche de los tiempos, el ritual del encendido lumínico comenzaba con una coreografía (de ballet) interpretada por ninfas, duendes y diversa fauna folclórica en el lago de los cisnes, cerca de la laguna.
En aquella ocasión, los habitantes del reino se habían cubierto de lágrimas, no siendo este el motivo del apagón. Un antihéroe, conocido entre sus intimos como ‘el antagonista’, era el encargado de darle a la palanca de la luz y al enredarse entre los hilos de las Moiras había caído sobre la tecla equivocada, provocando así, un cortocircuito al fundir todos los plomos del reino. Esta singular parodia fue utilizada por los usurpadores de energía que, con nocturnidad, alevosía y ensañamiento, se apoderaron de las luminarias desconectadas y desconcertadas.

Continuará…


Esther Ferrer Molinero



15/12/09

LUCINDA Y LOS RÍOS AFRUTADOS






Lucinda se asomó al balcón para sentir en su lozano cutis el soplo de una brisa muy aromática, en el instante, en el que despuntaba la primera claridad del día. Aquella mañana de septiembre, pese a los azarosos vaivenes del viento, el aire, desprendía un aroma afrutado y maduro, anunciaba que la época de la vendimia estaba próxima.

Dioniso siguiendo fiel a su ritual, año tras año, era el encargado de organizar la gran bacanal para conmemorar que la diosa de los campos, Deméter, había realizado todo lo que debía, aquello que anteriormente habían tejido las Moiras, quizá. La cosecha, según lo establecido, estaba en su punto, se podría hacer ambrosía con las uvas maduras o, incluso, néctar e hidromiel. La diosa de la cosecha trabajaba siguiendo un patrón de guía muy meticuloso, sembraba de un soplo de izquierda a derecha, lloraba unas cuantas lágrimas de angustias abonables, para después atraer una gran tormenta sobre lo anteriormente plantado. Últimamente se encontraba, un día sí y otro también, haciendo de plañidera por los campos arados.

-Hoy he madrugado mucho así que, querido Eolo, deja lo que estés haciendo para un mañana no tan cercano, me tienes que echar una mano, mejor dicho un soplo- añadió Deméter a ritmo de rapsodia.
-No te preocupes, querida, ya que yo sigo el tempo que me marcan las estaciones y por supuesto el que dictaminas tú, mi querida diosa, nunca he querido convertirme en un fruto amargo sin un futuro cierto- explicitó Eolo sin mayores contemplaciones.


Entre tanta confusión, a ritmo de una Rapsodia Húngara de Liszt, se cosechaban los campos con la inestimable ayuda de los dioses y no muy lejos de allí se encontraba, Lucinda, internada en el bosque floral emanador de efluvios fantasiosos y terapéuticos. La niña se había adentrado en la espesura del bosque, en su escondite preferido, aquel que sólo conocía ella y, sin poder evitarlo, había tropezado con un hilo rojo muy llamativo oculto entre la maleza. El hilo poseía tres terminaciones nerviosas como si fuesen tres globos oculares de color rojo escarlata que parecían tener vida propia.

- Podrían ser las Moiras observándolo todo... - pensó Lucinda en voz alta.

En aquel momento, se le presentó un enorme dilema a la joven hada y siendo ella una personita de una curiosidad insaciable, decidió tomar el ojo de la izquierda para evadirse de un juguetón petirrojo que sobrevolaba intentando posarse sobre su enmarañada cabeza. Aquella mañana, tampoco, se había peinado.

-Deja de molestarme, fastidioso pajarraco, ¿no ves que nadie ha anidado en mi cabeza todavía? ¿Cómo sino iba a tener estos pelos deshilachados?- asestó Lucinda enfadada.
-Abandona ese hilo rojo, Lucinda, estás demasiado cuerda para seguir un hilo que no has tramado tú- respondió el pajarillo, que era uno de sus mayores confidentes.


Los frutos rojizos y olorosos de las vides comenzaban a explotar como glóbulos sanguíneos impregnándolo todo de un ambiente dulzón, azucarado e intenso. Cada vez que uno se rompía sonaba una nota diferente y de repente sin poder remediarlo, una alegre sinfonía animaba el entramado bosque. El cielo pálido se teñía, poco a poco, de un tono granado y la humedad, excesivamente pegajosa, estaba indisolublemente unida a aquella época del año denominada por los druídas del lugar ‘el tiempo de los ríos afrutados’.


- Puedes comprobar, amigo Petit (Petirrojo), que un hada como yo, en ocasiones, se deja llevar por esa sensación diluida que la acompaña a una cuando se encuentra en estado de irrealidad contenida- mascullaba Lucinda buscando a su pequeño amigo.
-Estado muy habitual en tu persona y, a veces, no tan contenido- insistió Petit, en un piar muy bajito para que ella no lo advirtiese.

Los oráculos de las pitonisas más lenguaraces, dedicadas a leer la buena fortuna de altivas diosas famosillas, muy conocidas en actos sociales varios, habían desvelado designios sustanciosos y aquella jornada, se vaticinaba como excepcional en el Olimpo de los dioses. Estas palabras habían salido expedidas de la boca de la pitonisa mayor, cuya lengua se desenroscaba como una alfombra roja:

“¿Qué es la decadencia? ¿Una involución?
Soñar que caes en un abismo interminable.
¿Qué es la permanencia? ¿La revolución?
Soñar que descansas en un nicho amable.
¿A quién le intrigan tus veladas pesquisas?
Falsaria empedernida deja de interpretarte.
Hallarás el ojo de la luz flotando en el río.
Morirás cuando se extinga el último etéreo.”

Continuará...


Esther Ferrer Molinero

ESPACIO, FRÍA LUNA ( La musa enferma)


Inspiras y espiras...
Cristales añicos,
espejos vahídos.
Expiras y exhalas...
Imágenes talladas,
retinas robadas.

Te desnudas, musa pálida, ante la laguna hiriente,
tibio despojo anuncia la claridad de tu voz pausada.
Tu sabor gélido se entremezcla con tus lágrimas,
calladas, ausentes y templadas. Espacio, fría luna.

Inspiras y espiras...
Cristales añicos,
espejos vahídos.
Expiras y exhalas...
Imágenes talladas,
retinas robadas.

Desgarrada angustia, llanto abandono y necesidad.
Sumergida en el frío de la noche oscura, cuarteada.
Abandonas tu aliento, lentamente, musa retardada.
¿Duermes? Ensueño profundo y placentero. Sueño.

Inspiras y espiras...
Cristales añicos,
espejos vahídos.
Expiras y exhalas...
Imágenes talladas,
retinas robadas.

Cierras todas tus ventanas con la llave de la vida,
sellas lacras angustiosas, abismo aciago perpetuo.
Desgajado corazón tintero, supura sangre blanca.
El invierno otorga duelos y quebrantos yermos.

Inspiras y espiras...
Cristales añicos,
espejos vahídos.
Expiras y exhalas...
Imágenes talladas,
retinas robadas.
ESPACIO, FRÍA LUNA...


Esther Ferrer Molinero.

8/12/09

EL REINO DE LA LUZ


Érase una vez... hace millones de años, en una tierra muy lejana más allá del abismo de la incertidumbre, un lugar que había permanecido al margen de toda civilización, inaccesible, enigmático pero a la vez seductor.


El viento gruñía en aquel tiempo con fiereza y se escuchaba su lamento al fondo del cerro, en el cañón. Una ráfaga arrastraba el polvo del desierto situado en los confines del reino de Hades, al otro lado de la vida. El territorio elegido para soñar era un paraje recóndito apartado de la mano de los dioses, sólo se podía avistar desde una perspectiva muy elevada de la región cerebral (montes muy escarpados), ya que sus valles encajonados no permitían vislumbrar sus espectaculares luminarias sin poseer 'el ojo de la luz' (amuleto mágico de color ámbar).

Los habitantes autóctonos de esta tierra denominados 'Etéreos' se caracterizaban por poseer una mente abierta de actitud independiente y grandes ideales. Estos individuos de gran capacidad no destacaban especialmente, ya que no habían encontrado su lugar en el mundo. Habían sido iluminados por el conocimiento alquimista, siendo su principal preocupación la búsqueda de la felicidad para toda la comunidad; así vivían anclados en un ideal inalcanzable, peleando hasta la extenuación por hallar la verdad, su mayor descalabro y contrariedad. Los Etéreos buscaban una única finalidad consistente en lograr la claridad de ideas en un mundo de ofuscados serviles. Los caballeros Etéreos libraban su particular enfrentamiento con los paladines de las sombras, temidos adversarios conocidos bajo el nombre de 'Usurpadores de energía'. Estos seres mucho más complejos, enrevesados y malignos se autoabastecían unos a otros siguiendo una jerarquía de dominio, eran claramente la especie a extinguir por pertenecer a una estirpe de la peor calaña. (Apodados 'ladrones de luces'.)


Cuenta un oráculo de pitonisas viperinas y deslenguadas, que se había producido en aquel tiempo una convención de Desdobladores de mentes, en la que se había acordado una alianza como única salida para la liberación de los oprimidos Etéreos. Los Desdobladores de mentes eran los sabios del lugar, guardaban en su memoria varias vidas, atesoraban la historia transmitida por los ancestros y la esperanza de nuevas generaciones, por ello, eran el último reducto de la energía de la que antaño se había disfrutado y se erigían como el germen de una posible sublevación de la luz.


Se aproximaba el tiempo de la alianza entre Etéreos y Desdobladores de mentes y sólo podían conseguirlo utilizando la magia como hilo conductor traspasando la barrera entre lo real y lo ficticio. Tan sólo unos pocos, los Elegidos, llegarían al conocimiento pleno y verdadero. Estos iniciados tenían la capacidad de hacerse invisibles y, de este modo, conseguir viajar hasta el Olimpo de los dioses para contactar con una hada en ciernes llamada, Lucinda. La joven hada era portadora del enigma de la Esfinge del ojo de la luz, manteniendo en su poder la bola brillante con la que poder vencer a los Usurpadores de energía...



Esther Ferrer Molinero



3/12/09

MAGIA


Era un día soleado, en un lugar remoto del Olimpo. La mañana que había comenzado con el tintineo de la lluvia al caer, se había enmudecido ante una nítida claridad sólo atenuada por el rumor de las aguadoras al acercarse con sus cántaros a la fuente de las ninfas.

Lucinda, hada mayor de cinco hermanas, regresaba con el cántaro medio lleno, aunque llevaba el vestido de los domingos hecho jirones y su madre, la gran hada del norte, la esperaba para que le acompañase a la runión dominical (gran congregación de hadas a las doce del mediodía.) Intuía que no le haría ninguna gracia que apareciese de aquella guisa y se las ingenió para retrasarse más de la cuenta, inhalando menta fresca.
El camino que transitaba hacia el páramo era el menos visitado, pero el más peligroso. Decían los lugareños que era frecuentado por druidas, brujos enganchados a las malas hierbas, gárgolas escupidoras de fluidos acuosos, quimeras en su día de asueto y grifos venidos del inframundo. El suelo, una alfombra multicolor, estaba tapizado de una gran variedad de especies aromáticas, por esta razón, el que inspiraba muy fuertemente sufría toda clase de experiencias fantasiosas y alucinaciones varias.

Lucinda, canturreando, se había adentrado sin preocuparse en la zona más exuberante del bosque, esperando encontrar así la relajación de los efluvios emanados por las plantas silvestres. La aspirante a hada no se había percatado de la existencia de un personaje peculiar y extravagante que se encontraba recostado sobre una piedra, al final del camino. El espécimen era de un tamaño minúsculo, poseía unas orejas puntiagudas y una indumentaria verde menta. El hombrecillo, al notar su presencia se incorporó y al tiempo que se estiraba, comenzaron a alargarse sus extremidades convirtiéndose en un individuo de estatura normal. Al acercarse, Lucinda, comprobó que no parecía del todo humano y para cerciorarse le pellizcó una de sus mejillas sonrosadas.

-¡Hola, hombrecillo! – añadió Lucinda desconfiada. - ¿Quién eres?
-¡Hola, chiquilla descortés! Soy un mago encantado, convertido en duendecillo y tú puedes liberarme sólo si confías en mí. – dijo el elfo entusiasmado con voz muy profunda.
-¿Qué tengo que hacer para liberarte? – exclamó Lucinda con los ojos fijos en los del duende, sin dar crédito a lo que oía.
-Ofrecerme el agua de ese cántaro y en un breve espacio de tiempo hallarás lo que tú desees.

Lucinda no dudó, cedió el cántaro al elfo y se marchó repitiendo, una y otra vez, las palabras que el mago había mencionado, evitando así caer en el influjo del aroma alucinógeno del bosque.
Al cabo de unos días de regreso a casa, en aquel mismo lugar, encontró un trébol de cuatro hojas y al lado, una piedra con destellos encerrados en su interior. Levantó la piedra y la estrelló contra una roca observando que se trataba de una bola de cristal irrompible, muy brillante, y que su interior estaba habitado por un mago en miniatura. La bola poseía un valor especial para un hada ya que podía predecir el incierto futuro. Lucinda no volvió a tropezarse con el hombrecillo pero nunca jamás dudó de aquello que le había confiado el mago.

Esther Ferrer Molinero

JUZGADA VERDAD


Me siento en el estrado muy centrada ¿será el de los acusados?
Para hablar de la ignominia del infame amedrentado que señala,
sin saber que el reo de muerte no ha sido juzgado, por suerte.
Me levanto con la verdad en la frente y una mente discerniente,
en la disyuntiva no atina el sentido del que ha encontrado su razón.
La verdad más subjetiva, que pudiera ser falaz y farsa ¿no es real?

Si el objeto de la prueba no es veraz, la prueba nunca ha existido.
¿Y en el caso de que el reo haya sido un aliado de las Moiras viles?
En su defensa audaz siempre queda el sufrido beneficio de la duda.
El que creyendo en el engaño piensa que su hora fatal ha llegado,
no entiende que la verdad certera es la lucha del que nunca ceja.
¿Y en el caso de que la verdad sea una locura de interés cegado?

La espera del inculpado habría merecido la pena, si es absuelto.
Un sentenciado no litigará lúcidamente sin probar sus artificios.
Le espera la horca y la soga censora es un lazo pesado, ahoga.
¿Quién ha decidido que muera si la balanza ha decantado su sino?
La fatalidad de los que mueren siendo su vida su única morada,
la realidad del que cree que su verdad nunca será comprobada.

¿En qué momento comencé a entender y cuando dejé de ignorar?
Cuando presionaba la soga, en ese momento comprendí la verdad.
La vida no es una cruzada sin fin luchando en una guerra amañada.
He librado batallas encarnizadas en campos profundos y yermos,
ahora, sólo me queda luchar porque la verdad sentencia a la muerte.
No creo en los farsantes de falsas comedias, tal vez, en la beligerancia.


Esther Ferrer Molinero

1/12/09

MALDITA VIDA


Malditos, los muertos indolentes en vidas juzgadas,
malditos, los que ansían de la farsa comedia el soplo.
Malditos, los del garrote vil y la salvaje Inquisición,
malditos, los que desaparecen sin un hueco borrador.
Malditos, los que de sombras gélidas tiñen sustancias.
¡Maldita vida, maldita suerte, maldita hora de muerte!

Siento frío, siento muerte, siento escarchadas venas.
Siento antárticas pulsiones, que desencajan mis penas.
Malditos, los confundidos porque amaban la verdad.
¡Maldita sea mi suerte, maldita vida, maldita falaz!

Malditos, los no nacidos porque han sido anulados,
malditos, los que esperan su soga en el cadalso.
Malditos, los arrogantes, engreídos y soberbios,
malditos, los falsos amantes si no sienten frenesí.
Malditos, los represivos maltratadores de la mente.
¡Maldita vida, maldita suerte, maldita hora de muerte!

Siento frío, siento muerte, siento escarchadas venas.
Siento antárticas pulsiones, que desencajan mis penas.
Malditos, los confundidos porque amaban la verdad.
¡Maldita sea mi suerte, maldita vida, maldita falaz!


Esther Ferrer Molinero