15/12/09

LUCINDA Y LOS RÍOS AFRUTADOS






Lucinda se asomó al balcón para sentir en su lozano cutis el soplo de una brisa muy aromática, en el instante, en el que despuntaba la primera claridad del día. Aquella mañana de septiembre, pese a los azarosos vaivenes del viento, el aire, desprendía un aroma afrutado y maduro, anunciaba que la época de la vendimia estaba próxima.

Dioniso siguiendo fiel a su ritual, año tras año, era el encargado de organizar la gran bacanal para conmemorar que la diosa de los campos, Deméter, había realizado todo lo que debía, aquello que anteriormente habían tejido las Moiras, quizá. La cosecha, según lo establecido, estaba en su punto, se podría hacer ambrosía con las uvas maduras o, incluso, néctar e hidromiel. La diosa de la cosecha trabajaba siguiendo un patrón de guía muy meticuloso, sembraba de un soplo de izquierda a derecha, lloraba unas cuantas lágrimas de angustias abonables, para después atraer una gran tormenta sobre lo anteriormente plantado. Últimamente se encontraba, un día sí y otro también, haciendo de plañidera por los campos arados.

-Hoy he madrugado mucho así que, querido Eolo, deja lo que estés haciendo para un mañana no tan cercano, me tienes que echar una mano, mejor dicho un soplo- añadió Deméter a ritmo de rapsodia.
-No te preocupes, querida, ya que yo sigo el tempo que me marcan las estaciones y por supuesto el que dictaminas tú, mi querida diosa, nunca he querido convertirme en un fruto amargo sin un futuro cierto- explicitó Eolo sin mayores contemplaciones.


Entre tanta confusión, a ritmo de una Rapsodia Húngara de Liszt, se cosechaban los campos con la inestimable ayuda de los dioses y no muy lejos de allí se encontraba, Lucinda, internada en el bosque floral emanador de efluvios fantasiosos y terapéuticos. La niña se había adentrado en la espesura del bosque, en su escondite preferido, aquel que sólo conocía ella y, sin poder evitarlo, había tropezado con un hilo rojo muy llamativo oculto entre la maleza. El hilo poseía tres terminaciones nerviosas como si fuesen tres globos oculares de color rojo escarlata que parecían tener vida propia.

- Podrían ser las Moiras observándolo todo... - pensó Lucinda en voz alta.

En aquel momento, se le presentó un enorme dilema a la joven hada y siendo ella una personita de una curiosidad insaciable, decidió tomar el ojo de la izquierda para evadirse de un juguetón petirrojo que sobrevolaba intentando posarse sobre su enmarañada cabeza. Aquella mañana, tampoco, se había peinado.

-Deja de molestarme, fastidioso pajarraco, ¿no ves que nadie ha anidado en mi cabeza todavía? ¿Cómo sino iba a tener estos pelos deshilachados?- asestó Lucinda enfadada.
-Abandona ese hilo rojo, Lucinda, estás demasiado cuerda para seguir un hilo que no has tramado tú- respondió el pajarillo, que era uno de sus mayores confidentes.


Los frutos rojizos y olorosos de las vides comenzaban a explotar como glóbulos sanguíneos impregnándolo todo de un ambiente dulzón, azucarado e intenso. Cada vez que uno se rompía sonaba una nota diferente y de repente sin poder remediarlo, una alegre sinfonía animaba el entramado bosque. El cielo pálido se teñía, poco a poco, de un tono granado y la humedad, excesivamente pegajosa, estaba indisolublemente unida a aquella época del año denominada por los druídas del lugar ‘el tiempo de los ríos afrutados’.


- Puedes comprobar, amigo Petit (Petirrojo), que un hada como yo, en ocasiones, se deja llevar por esa sensación diluida que la acompaña a una cuando se encuentra en estado de irrealidad contenida- mascullaba Lucinda buscando a su pequeño amigo.
-Estado muy habitual en tu persona y, a veces, no tan contenido- insistió Petit, en un piar muy bajito para que ella no lo advirtiese.

Los oráculos de las pitonisas más lenguaraces, dedicadas a leer la buena fortuna de altivas diosas famosillas, muy conocidas en actos sociales varios, habían desvelado designios sustanciosos y aquella jornada, se vaticinaba como excepcional en el Olimpo de los dioses. Estas palabras habían salido expedidas de la boca de la pitonisa mayor, cuya lengua se desenroscaba como una alfombra roja:

“¿Qué es la decadencia? ¿Una involución?
Soñar que caes en un abismo interminable.
¿Qué es la permanencia? ¿La revolución?
Soñar que descansas en un nicho amable.
¿A quién le intrigan tus veladas pesquisas?
Falsaria empedernida deja de interpretarte.
Hallarás el ojo de la luz flotando en el río.
Morirás cuando se extinga el último etéreo.”

Continuará...


Esther Ferrer Molinero

1 comentario:

GUILLOTINADO EXPRÉS!!!
Cuchillos afilados, cuchillos sangrantes...
rodarán cabezas... ¡Qué le corten la cabeza!