
Cuando era niña los vendedores ambulantes me provocaban cierta inquietud. ¿Estarán todo el día a la intemperie?- Me preguntaba- La idea de ganarse el sustento a pié de calle me producía desconcierto. ¿Y si llueve?- Pensaba- ¿Tendrán un paraguas tipo ‘Mary Popins’ para volar y desaparecer?. Mis preguntas se las llevaba, casi siempre, una subversiva ráfaga de viento.
Lo de ‘deambular’ reconozco que siempre me ha gustado, eso sí, con alguna finalidad. Hoy me inquietan los que ofrecen música sin ventas, sin manta y sin subsidio. Me inquietan los músicos ambulantes, los músicos callejeros que armonizan la carrera de obstáculos del día a día. Me inquieta la magia de una melodía inacabada, el talento intocable de los que tocan y el prestigio del que se coloca en la boca de un metro acariciando entre sus dedos una talla inferior de ‘stradivarius’.
En Santiago gozamos de esa suerte. Contra viento y marea, navegan los músicos del túnel del tiempo, esos que sin ser ‘piratas’ forman parte de nuestro mar empedrado. De vez en cuando, por las rúas, aparecen virtuosos que ofrecen un concierto improvisado. Tampoco deberíamos olvidarnos de la ‘La tuna Compostelana’ cuyos eternos estudiantes, alegran las visitas de los turistas de manual. Más que tunos, tunantes, que estando a la ‘sopa boba’ -por aquello de la cuchara y el tenedor- podemos capear con cintas de músicos callejeros.
Y callejeando, callejeando, (tarari… tarara…) me marcho con la música a otra parte. Me voy en busca de un auditorio digno en el que mi cantinela se haga ¿oír o, mejor dicho, escuchar?
Esther Ferrer Molinero.
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GUILLOTINADO EXPRÉS!!!
Cuchillos afilados, cuchillos sangrantes...
rodarán cabezas... ¡Qué le corten la cabeza!